Resumen del artículo de Elena Fernández, Invitación al escribir terapéutico

Artículo de Elena Fernández en el International Journal of Collaborative Practices

http://collaborative-practices.com/

http://ijcp.files.wordpress.com/2013/07/3-invitation_english_final-formatted-6-12.pdf

Invitación al escribir terapéutico: Una herramienta para generar bienestar

Elena Fernández

Grupo Campos Elíseos

 

«Reading makes a full man; conference a ready man; and writing an exact man.»[1]

Francis Bacon

Como para otros compañeros del “futureo”, mi más importante sueño infantil me proyectaba como escritora. Una Jo mexicana, una Kipling que narrara las aventuras de la jungla urbana, una Austen describiendo peripecias varias para sobrevivir en el siglo veinte. Decidí estudiar psicología por muchas razones, una de las cuales era agregar este conocimiento a mi bagaje y así poder escribir. Mi posgrado se inició en Palo Alto con los maestros y creadores de la Terapia Breve, Weakland, Watzlawick y Fisch[2]. Ya en México trabajé en práctica privada, di clases, e hice una maestría para entender mejor las ideas de Csikszentmihalyi, el investigador sobre la experiencia óptima. Con Sylvia London y Margarita Tarragona abrí un instituto para compartir ideas y ponerlas en práctica. Silvia London aportó ideas desde la terapia familiar y en particular, del grupo de Milán, y Margarita Tarragona su visión fundamentada en la investigación y las contribuciones del Instituto Ackerman. El interés de las tres por las ideas posmodernas y colaborativas dio base para formar Grupo Campos Elíseos (GCE)[3]. Un apoyo fundamental para esta institución fue y sigue siendo Harlene Anderson con su invitación a la reflexión y su pasión por la conversación que abre posibilidades. (Anderson, 1997, p.68)

Uno de los resultados del trabajo con alumnos y clientes del instituto GCE es  integrar el enfoque colaborativo con la escritura reflexiva.  Anderson (1997) considera que el diálogo invita a nuevas posibilidades. La escritura reflexiva es también una herramienta de diálogo y transformación, o como lo plantea el Dr. James Pennebaker (2011) de la Universidad de Texas en Austin quien ha investigado este tema, el escribir es un recurso digital, un instrumento que nos permite traducir las emociones a palabras y por ello sentirnos física y mentalmente mejor. Mientras Pennebaker nos invita a escribir, el enfoque colaborativo nos informa sobre cómo invito y cómo me invito a escribir.  “Crear espacios de aprendizaje… donde exista una atmósfera colaborativa y en donde las personas puedan involucrarse en construir conocimiento” (Anderson en McNamee & Gergen, 1998, p. 66).

Mis aliados en este sueño de conectar la escritura y la psicología son muchos.  De especial importancia son la terapeuta Peggy Penn y el investigador James Pennebaker, ambos plumas que pesan pesado. Desde la narrativa, Jill Freedman y Gene Combs. En este ensayo quiero compartir algunas de mis experiencias, invitar a escribir de forma terapéutica y de otras formas, ya que la escritura se concibe como un espacio de reflexión que logra sostener, activar y aliviarnos.

 

Las bondades de la escritura

Para Pennebaker (1997), investigador de la escritura expresiva, etiquetar verbalmente una emoción es como aplicar tecnología digital (que es el lenguaje) a una señal analógica (la emoción y la experiencia de la emoción). “El self es un self narrador y si no tuviéramos un self para narrarle historias, lo inventaríamos”, dice Roy Schafer, (Citado en Penn y Frankfurt, 1994)[4]. Para estas autoras, el añadir la escritura a la conversación en terapia “acelera el descubrimiento de nuevas voces, y así la creación de nuevas narrativas” (p.217). Las terapeutas del Instituto Ackerman de Nueva York utilizan diarios, piden a sus clientes que escriban a personas vivas o muertas, sugieren elaborar autobiografías, poemas, e invitan, en ocasiones, a sus clientes a poner en palabras sus sueños. Peggy Penn, escritora, poeta y terapeuta, ha explorado el uso de la escritura como parte del proceso terapéutico. Los escritos de los clientes se convierten en una parte importante de las conversaciones que se dan en la sesión. Ellos reportan que cuando escriben tienen nuevas ideas y sienten emociones profundas; también expresan una sensación de validación y aceptación (Penn, 1994).

Inspirada en estas propuestas de Penn invité a mi cliente Licha para que escribiera a sus padres. Esta era una oportunidad para expresar lo que no había podido decir.[5] Su situación de depresión era terrible, llegaba de trabajar todas las noches y se tiraba en la cama a llorar, no tenía una vida social. Su única actividad era el trabajo y realizarlo le requería cada vez mayor esfuerzo. Hacía tres años había perdido a su madre por un cáncer repentino, y decidió separarse de su padre cuando descubrió que éste tenía otra familia. Licha y yo pensamos que era una buena idea que les escribiera cartas a ambos. Empezó por su padre, a quien le recriminaba su moral doble, ya que, le había enseñado a ser una persona ética mientras él no lo era. A lo largo de varias cartas que nunca entregó, terminó por agradecerle sin dejar de reprochar su deslealtad, Licha entendió que lo que sucedía entre sus padres era de ellos y que no podía o no debía juzgar sus resoluciones.

Después de hacer estos ejercicios buscó a su padre y reanudaron una relación, si no cercana, por lo menos con la proximidad necesaria para estar en comunicación.  En las cartas a  su madre  le reclamó no estar viva, no estar para ella, no ver sus éxitos, y haber permitido que su padre tuviera una amante, y otra familia. Le pedí a Licha que contestara la carta como si lo hiciera su madre. En terapia narró que se sintió sumamente triste, tanto que pensó en abandonar el proyecto. En la sesión hablamos sobre lo que plantea Pennebaker (1990): si la escritura no te beneficia no debes continuar utilizándola. Descansó unos días y cuando finalmente retomó la carta volvió a sentir orgullo por su madre, también sintió empatía y le escribió una tercera carta, ésta de admiración. Rescató su relación y la reconstruyó en su memoria. Como lo planteaban los terapeutas Michael White y David Epston, la historia de Licha de orfandad y enojo se enriqueció para generar una narrativa de una relación más madura. Licha perdonó a su padre y construyó un mejor recuerdo de su madre.

Y sin embargo… ¡Advertencia!

El escribir puede potenciar las emociones negativas. Por ejemplo, si estoy triste me puedo sentir aún más triste; y si siento enojo, puedo enfurecer. Lo bueno es que como en toda catarsis, después me sentiré mejor que antes de sacar las emociones. Pero el acto de escribir también disminuye las emociones positivas como el enamoramiento, más no el amor.[6] (Slatcher & Pennebaker, 2006).

¿Cómo venció el insomnio Jorge Luis Borges? En  una entrevista plantea que se curó al escribir un cuento. En éste nos regala a un personaje inolvidable que no sabe olvidar, Funes. En palabras de Borges, (citado en Bruder, s.f):

Yo padecía mucho de insomnio. Me acostaba y empezaba a imaginar. Me imaginaba la pieza, los libros en los estantes, los muebles, los patios. Del jardín de la quinta de Adrogué, imaginaba los eucaliptos, la verja. Las diversas casas del pueblo, mi cuerpo tendido en la oscuridad y no podía dormir. De allí salió la idea de un individuo que tuviera una memoria infinita, que estuviera abrumado por su memoria, no pudiera olvidarse de nada, y por consiguiente no pudiera dormir. Pienso en una frase común, » recordarse“. Uno se olvidó de sí mismo y al despertarse se recuerda. Y ahora viene un detalle casi psicoanalítico, cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento.

La vivencia del insomnio para Borges era simplemente eso, la angustia de no poder dormir. Al escribir, el autor genera un nuevo tipo de conocimiento: lo digitaliza. El expresar de forma escrita una sensación, tiene una consecuencia terapéutica. Como dice Anderson (1997), “en el narrar y renarrar no solo emergen nuevas historias sino que la persona cambia en relación a ellas: el self narrador cambia”, el problema se disuelve en la nueva narración. (Anderson, 1997, p. 109.)

 

La escritura abre posibilidades

 

La terapeuta Harlene Anderson (1997) sitúa el acento en las posibilidades que tienen los consultantes para encontrar la esperanza en las circunstancias más difíciles, o como diría Vaclav Havel, ganador del premio Príncipe de Asturias y primer presidente de la República Checa, “la esperanza es pensar que lograremos darle sentido a aquello que nos sucede”[7] (Havel & Hvížďala, 1990, p.181). Para Anderson (1997), cada persona es única. Ella respeta, valora y acepta que su “problema” y su “solución” son definidos conforme a las circunstancias de su vida, relaciones y contexto. Esta visión es la que abre una forma de dialogar más abierta y deshabilita las jerarquías en la relación terapeuta – consultante. Dice Anderson que como terapeuta el objetivo es ser de ayuda al cliente con lo que necesita, lo que desea y respetando su propio plan con respecto a la dificultad que tenga. Estamos trabajando con múltiples realidades, “la realidad” de un suceso, la solución imaginada y la relaciones entre éstos.  Esta postura de trabajo se puede traducir a la escritura reflexiva. Es una invitación a ampliar una historia con más voces, con más ideas. Es una invitación a la polifonía[8]. Las conversaciones terapéuticas y la escritura expresiva generan un espacio que admite diferentes visiones, diferentes versiones (Anderson, 2005). Es importante enfatizar que al invitar a colegas, alumnos, consultantes y amigos a realizar esta escritura expresiva y reflexiva he concluido que se unen dos vertientes de la psicología, Pennebaker (1997) en la investigación, y ambas: Anderson (1997) y Penn (1994) en la práctica clínica, lo cual resulta en un maridaje de primer nivel para quienes escriben combinando estas propuestas.

Anderson y  Pennebaker coinciden, éste último al sugerir que se escriba en tercera persona para incorporar otra voz, encontrar una perspectiva diferente. No es lo mismo decir “siempre quise escribir” a “Elena siempre quiso ser escritora.” El uso de la tercera persona implica una reflexión diferente. Anderson (2012) nos dice “No busco el consenso, porque he descubierto que las diferencias son importantes y que de esas diferencias emergen posibilidades a medida que nos involucramos unos con otros” (p.11), lo colaborativo subraya que respetamos la individualidad, las múltiples posibilidades de cada persona, cada contexto y cada situación y con ello el espacio se abre para generar conversaciones que transforman.  De una forma similar, el escribir invita a las distintas identidades y formas de ser de cada persona para ser proyectadas en el papel. Para Penn (1994), cualquier etiqueta, por ejemplo un diagnóstico, corre el riesgo de crear y fijar identidades limitantes. Los clientes son más que sus problemas. La persona completa, con sus voces y sus identidades múltiples, y además, en su contexto relacional, debe ser el foco del tratamiento. Pennebaker (2011) ha encontrado en sus investigaciones que mientras más amplia es la visión que uno tiene de sí mismo, aumenta la probabilidad de cambio y mejoría. Hay posibilidades de generar una historia y crear un nuevo conocimiento.

Los terapeutas narrativos están interesados en trabajar con la gente para engrosar las historias que no son compatibles con las situaciones problemáticas. Cuando las personas empiezan a vivir las historias alternativas, los resultados están más allá de la solución de problemas. Dentro de las nuevas historias la gente vive nuevas imágenes de si, nuevas posibilidades para las relaciones y un nuevo futuro (1996, p.16).

Escritura para “hablar” sin lágrimas

Penn y sus colaboradores (1994) han encontrado que incluir los escritos de los clientes en las sesiones terapéuticas promueve un mayor conocimiento de las diferentes voces que nos habitan y ello permite la creación de  nuevas narrativas. En el Language and Writing Project (LWP) del Instituto Ackerman, se estudiaron esas voces internas. Escribir es una forma de invitar a las distintas voces que llevamos dentro. Al establecer este tipo de comunicación por escrito, se logra convertir al monólogo en diálogo; es decir, cada voz puede ser contestada, rebatida, o comprendida. Como Penn y Frankfurt han señalado, “los cambios en nuestros diálogos internos pueden cambiar las conversaciones habladas que mantenemos con los demás”   (Penn, P., & Frankfurt, M., 1994, p. 218).[9]

 

En mi consulta, una mujer cuya infancia había estado marcada por una enfermedad debilitante, narró que la relación maravillosa que había mantenido con su madre terminó cuando llegó la adolescencia. “Fue entonces cuando mi madre se alejó”, dijo. Le pregunté qué pensaba sobre ese distanciamiento, a lo cual replicó que su madre apreciaba la belleza física y ella era sólo “normal”. A los dieciocho años sus padres la habían mandado a estudiar al extranjero y cuando regresó la separación era aún mayor. Si ella proponía una salida al cine o al teatro, ninguno aceptaba hacerlo con ella, pero sí acudían por su cuenta a ver espectáculos. La relación ya golpeada, terminó por fracturarse. La clienta expresó que no podía hablar con ellos, pues cada vez que lo intentaba su llanto, de dolor y resentimiento, imposibilitaba la conversación.

Pasaron los años, la consultante se casó y un tiempo después se divorció; sus problemas de salud, al empeorar, impidieron que continuara viviendo sola, así que regresó a la casa de sus padres. Durante mucho tiempo la relación fue “educada”, pero cuando su madre enfermó, la consultante se vio en una encrucijada: si seguía a su corazón la relación permanecería lejana, pero recordó su infancia y se dio cuenta de que ahora a ella le correspondía asistir a los mayores; los roles habían cambiado. Al descubrir esta nueva situación, la cliente reconoce una voz que surge de su infancia: es una voz de gratitud transformada en compromiso. La cliente escribió una carta a su madre donde explicaba cuánto la admiraba; planteaba que a pesar de su edad seguía siendo una mujer extraordinariamente bella; y le explicaba que ahora le correspondía ser cuidada por su hija. Al escribir esa carta, la consultante, logró utilizar su voz de responsabilidad pero sin lágrimas en los ojos. A partir de ese momento se abrió un espacio lo suficientemente cómodo para nuevas conversaciones entre ambas.

Escritura reflexiva en contextos médicos y universitarios

 

Gillie Bolton trabaja en el mundo de la medicina.  Utiliza la escritura para que los médicos reflexionen sobre su trabajo. Explicando su postura acerca de la escritura, cita a muchos autores, entre ellos, a Jean-Francois Lyotard (1992): “escribimos antes de saber qué decir y cómo decirlo y con el fin de averiguar si esto es posible.” En uno de sus libros, Reflective Practice: Writing and Profesional Development (2010), Bolton presenta la importancia de la práctica reflexiva y descubre cómo invitar tanto a la parte  personal como a la parte profesional para inspirar a los médicos y sus pacientes. Para Bolton, la escritura también es un método que contiene su propia autocorrección, es decir, el uso continuo de esta herramienta permite que lo profesionistas sean más reflexivos.

Uno de mis clientes tuvo un accidente que lo dejó parapléjico. Años más tarde, ante la incertidumbre que representaba su vida intentó, sin éxito, suicidarse. Inmediatamente después del suceso empezamos a trabajar juntos en terapia. Meses después, al sentirse mejor, decidimos espaciar las sesiones hasta que finalmente lo veía un par de veces al año. Un día me habló para contarme que su tía estaba agonizando. Mi cliente entonces le pidió a un sobrino, escritor, que pusiera en papel las palabras de agradecimiento que sentía por ella. “Quiero decirle lo importante que ha sido en mi vida.”;  le dijo. Me comentó que lo que le hacía llamarme era la angustia. Le pregunté si esa angustia se debía a la pérdida inminente. Respondió que no, que su tía había vivido bien, pero que a él le costaba trabajo abrirse, sentía pudor.

La Dra. Brené Brown trabaja en la Universidad de Houston enseñando investigación. Sus temas incluyen el valor, la autenticidad, la vulnerabilidad y la vergüenza. Brown (s.f.) plantea que la vulnerabilidad está en el corazón de la vergüenza, y es el miedo de quedar desconectado de otros por algo que dijimos o hicimos, e incluso por omisión, por algo que dejamos de hacer. Dice Brown que mientras más escondes la vergüenza, más la sientes. Mi cliente se angustió frente a su propia vulnerabilidad, y su llamada fue para avisarme lo que iba a hacer ese mismo día, es decir, entregar una carta que lo liberaba del bochorno. Él pasó de sentirse separado de los demás, a reconectarse. La vergüenza se nutre al esconderse y el antídoto es expresarla. Lo interesante de esta interacción con un cliente, al que hacía tiempo que no veía, es que no tuvo que compartir conmigo ningún detalle del contenido de la carta, sólo que la iba a entregar. Mi cliente tampoco tuvo que escribirla; lo que sí hizo fue conectarse consigo mismo, con su sobrino, dejar la vergüenza a un lado, y pedir que le ayudaran a escribir una carta de reconocimiento para una tía moribunda.

Pennebaker (1997), en otro de sus estudios y esta vez explorando el medio educativo, obtuvo resultados positivos al pedirle a un grupo de estudiantes que escribiera. Al principio de la clase se daba una breve descripción sobre las ideas principales de la lectura y las exposiciones. Enseguida, los estudiantes tenían que escribir sin interrupción durante 10 minutos, «sobre sus pensamientos y sentimientos más profundos sobre el tema». Después de escribir, los estudiantes participaban en la discusión de manera mucho más productiva y creativa. El ausentismo bajó y las calificaciones de sus exámenes mejoraron dramáticamente.

 

Escribir es un verbo

Comienzo este apartado poniendo un título (Escribir es un verbo, podría ser Escribir es un juego), empiezo al revés ya que se insiste, en los medios académicos, en escribir primero el texto y al final ponerle el título. Quiero jugar con este formato a contradanza; hacerlo diferente, a manera de reminiscencia, como un homenaje a Alicia y su aventura. Jugar es también un verbo y es una forma de hacerse humano, de crecer, de practicar quiénes vamos a ser. Es, al igual que escribir, una acción; y si aprendimos a poner una letra detrás de la otra y a separar con comas y puntos, podemos, prácticamente en cualquier momento, hacer esta tarea: jugar a escribir, escribir jugando.

Tarea es una palabra que nos remite a obligación. Y no es así en la escritura expresiva,  en donde se puede empezar a escribir como un requisito pero se vuelve cada vez más fácil. Sin las restricciones de la gramática o la intimidación del posible lector imaginado que critica o juzga, se puede escribir sobre lo que a uno le molesta y ello implicaría un desahogo, o sobre lo que a uno le da gusto e invitaría al placer o al gozo.

Jugar con palabras, eso es todo: el lenguaje como un esparcimiento, el lenguaje como una actividad, como un estilo de vida, decía Wittgenstein (1953).

De estas elucubraciones, surgió un ejercicio para un grupo de alumnos en el que empecé también con un título: “Hagan poesía”. Durante un mes, mandé por correo electrónico distintos versos, desde canciones románticas hasta obras clásicas. En el curso leímos poemas de Piñeiro, Huidobro, Paz, Neruda, Chumacero, Heaney, Borges, Cavafi y otros. Se repartieron más de diez libros, cada asistente a la clase tenía uno, y al azar se leyeron poemas cortos en voz alta. La petición para realizar el ejercicio fue específica: “Escriban sus diez palabras predilectas en forma de lista.”Después de ello, hablamos del proceso. Pregunté de dónde les llegaban las palabras; para algunos, el sonido bastaba como en carcajada, implacable;  para otros, era la posibilidad de identificarse con ellas, como las palabras sensibilidad, luminoso; y para otros tantos, una palabra los llevó a la siguiente, hasta completar su lista. Luego la instrucción fue: “Ahora, al lado de la primera, pongan una lista de diez objetos que se encuentran en esta habitación.” Después de tres minutos, les pedí: “Unan las dos listas con pronombres, utilicen sus palabras preferidas como adjetivos o como verbos o como quieran, líguenlas con los nombres de objetos; agreguen las palabras que necesite su poema. Son palabras: jueguen con ellas. Hagan poesía.” Lo hicieron y  tuvo lugar un juego de palabras agradable. Era un juego de ideas y emociones. Uno de estos poemas cortésmente me lo prestó Nora Rentería:

El incienso rojo

marca el camino

como manantial

para un ave posada en la rama del árbol

Los girasoles son círculos con turbantes

que dan dimensión al día

Una niña mira el cuadro

pensando a que travesura la llevarán sus zapatos

con las olas a contraluz

El cascabel suena escondido en una nota del piano.

En su maravillosa aventura, Alicia sabe que no todo es perfecto, el sombrerero utiliza un pegamento, para unir telas, que lo vuelve loco, la Reina de corazones tiene muy mal genio, Alicia sabe que existen problemas, problemas… De allí que la segunda parte del ejercicio fuera: “Piensa en algo que te moleste, una idea que te estorba o una persona con quien la relación se esté complicando. Escríbele un poema.”

Los asistentes al curso lograron, en diez minutos, escribir un pequeño texto. Los primeros cinco fueron para una escritura casi instintiva, los siguientes cinco para revisar y transformar el texto en algo que quisieran y pudieran compartir. Así lo hicieron. Aquí un ejemplo elaborado por Mónica Sesma:

Ausencia
No me gusta
tu ausencia
no es como la planta que
se va secando
por falta de agua y sol,
(ni es)
como la tarde naranja
vuelta gris (fría)
es ausencia
como un/la hoja en blanco
que no fue carta
que fue silencio.
Una conversación suspendida
en un tren, dentro de un túnel
Como la pausa al hablar
Por falta de interés
(es ausencia)
por eso no me gusta
Tu ausencia.

No es necesario el Conejo Blanco para hacer un poema que describa cómo las tartas regresan a su dueña original. La magia está en las palabras, en las que usamos cotidianamente.

Una naturaleza de esculturas

Esta es una experiencia de reflexión y escritura con veinte escultoras que expusieron su obra, dedicada al medio ambiente, en una galería de la Ciudad de México. Durante semanas, cada una de ellas trabajó en una o más piezas para advertir, gritar o susurrar que nuestro planeta y sus habitantes corren peligro. El día de la inauguración, una de las artistas me pidió que analizara las obras expuestas… Debo reconocer que soy incapaz de analizar, ni desde la psicología ni desde la estética, a otro ser humano o a su obra, pero accedí a reunirme con ellas para que tuviéramos una experiencia de reflexión, una conversación.

Las escultoras llegaron a la sala de exhibiciones para tener una experiencia diferente con sus piezas. Lo primero que les pedí (inspirada en los mensajes de twitter y como una forma de soltar la pluma) fue que escribieran dos frases cortas sobre una obra que perteneciera a otra artista. Después de haberlo hecho, repitieron el ejercicio con otra pieza. Finalmente, y esto podría ser lo más difícil, frente a su escultura se escribieron otro mensaje corto; todo ello se hizo en silencio. En cuanto terminaron esta primera parte de la experiencia nos fuimos a un espacio con sillas y mesas, ahí las invité a que con una compañera entablaran la negación de la conversación. Las extrañas instrucciones fueron las siguientes:

-Reúnanse en pares.

-Una de ustedes estará en posición de hablar y la otra en la de “no atender”.

-Una de ustedes hable de lo que quiera. La otra, haga lo necesario, durante unos segundos, para no escuchar. Busquen algo en su bolsa, miren al suelo o al techo… No importa cómo, pero eviten poner atención a lo que les dice su compañera.

Al vivir la experiencia, había irritación en algunos casos, angustia y fastidio en otros. El ruido se volvió pesado mientras unas trataban de hablar y otras de no oír. Inmediatamente después conversamos sobre la experiencia de no escuchar y de no ser escuchadas. Cambiamos de modalidad, y los decibeles bajaron con rapidez. Una vez que se sintieron escuchadas, las invité a hablar de la diferencia entre las dos experiencias.  La reflexión giró alrededor de la importancia de mirase a los ojos, prestarse atención, sentirse queridas; vivieron el contraste y hablaron sobre éste. Hicimos un pequeño corte para ponernos de pie, tomar algo y socializar. A los quince minutos las invité a que leyeran las dos frases que le dedicaron a su escultura. Con ello en mente, le escribieron a su obra durante tres minutos, empezaron con “Querida escultura…”  Algunas de las escultoras compartieron el proceso de hacer la tarea o directamente nos comunicaron lo que habían escrito pero, como en el póker, en estos ejercicios reflexivos se vale pasar. No todas leyeron ni comentaron sobre el proceso. Lo último que hizo el grupo cuyas obras habían sido en honor a la naturaleza, fue pedirle a ésta que les escribiera a cada una de las artistas,  con esa voz internalizada, una carta que iniciaba con la frase  “Querida escultora:” Y  al final firmaba, “La naturaleza.” Las reflexiones variaron desde el agradecimiento hasta la impotencia frente a los ciclos de la vida. Algunas decían “Somos sólo observadores” otras, “invitamos a pensar en nuestro planeta”, muchas, “fuimos proactivas”. Para cerrar la experiencia, les pedí que eligieran una sola palabra: Alguien dijo libertad, otra ternura, escuché tristeza, también confianza.

           

Reflexión

Cuando alguien utiliza la capacidad de hablar consigo misma para pensar, para ubicar sus sentimientos, se puede sentir mejor. Al escribir, la protagonista del acto está entablando un diálogo que le ayuda a hacer conscientes algunas ideas o pensamientos a los que no había puesto atención. La oportunidad que se le presenta al escritor expresivo es la de permitirse una práctica reflexiva a través de la escritura. Con ello, la persona intenta generar nuevos marco de referencia para entenderse a sí misma y a su mundo. Finalmente, puede encontrar formas novedosas de actuar en él. Hasta dónde se puede llegar es algo que todavía no se sabe. Lo que sí podemos adelantar es que si alguien logra conectar sus ideas puede construir un puente entre quién es ella al principio del ejercicio, y una persona con diferentes narrativas al final de éste.

            Se puede utilizar la escritura para dar vueltas a las ideas en la mente y regresar casi sin cambios al lugar inicial, o se puede hacer un giro de ciento ochenta grados. Escribir para pensar, escribir para sentir y así llegar a una versión ligeramente diferente de sí mism@.

¿Tienes ganas de escribir?, te comparto algunas preguntas relacionadas con cada fragmento del artículo que si quieres puedes contestar para que experimentes la escritura terapéutica:

♦ ¿Tienes un problema sobre el cual quisieras escribir? Si no un cuento como Borges, tal vez un pequeño ensayo.

♦ ¿Hay alguien a quien deseas volver a contactar? ¿Crees que es una buena idea escribirle una carta?

♦ ¿Te interesa escribir algo que todavía no has dicho?

♦ Si tienes ganas de escribir un poema, hazlo; si tienes una dificultad usa poesía para des-en-ma-ra-ñar-te.

♦ ¿Cómo puede contribuir la escritura a tu proceso creativo?

Referencias

Anderson, H. (2005). Un enfoque posmoderno de la terapia. En G. Limón (Ed.), Terapias posmodernas (pp. 59-67). México: Pax.

Anderson, H. (1997). Conversation, Language and Possibilities. New York: Basic Books.

Anderson, H. (1998). Collaborative Learning Communities. En S. McNamee & K.J. Gergen (Eds.), Realities and Relationships (pp. 65-70). Newbury Park, CA: Sage.

Anderson, H. (2012). Relaciones de Colaboración y Conversaciones Dialógicas: Ideas para una Práctica Sensible a lo Relacional. Family Process 51, 1-20.

Carey, M. & Russell, S. (s.f.). Re-Autoría: algunas respuestas a preguntas comunes. Marta Campillo y Gerardo Marín (Trads.), Recuperado de http://www.dulwichcentre.com.au/re-autoria.pdf

Kanakil. (s.f.). Recordar: Harlene Anderson: Kanakil.

4 de septiembre de 2023

Taller Presencial: PSICOLOGÍA POSITIVA EN LA PSICOTERAPIA. Sábado 21 octubre 2023

Imparte: Margarita Tarragona ¿Te interesa la psicología positiva, pero no sabes cómo empezar a aplicarla en tu trabajo?Este taller te ofrece una hoja de ruta para […]
7 de agosto de 2023

COLLABORATIVE-DIALOGICAL PRACTICES. SUPERVISION AND CONSULTATION. On line.

Supervision and Consultation  Collaborative-Dialogical Practices  ONLINE/ZOOM   in English Sylvia London, M.A, LMFT Irma (Ñeca) Rodríguez, M.A According to Anderson (1997), Collaborative-Dialogical Practices conceptualize therapy and consultation […]
. Recuperado de http://kanankil.blogspot.com/2010/10/recordar-harlene-anderson-kanankil.html

Bolton, G. (2010). Reflective Practice: Writing and Professional Development. London, California, New Delhi: Sage.

Bolton, G. (s.f.). Recuperado de http://www.gilliebolton.com/writing/reflective-writing.

Brown, B. (s.f.). The power of vulnerability. [Archivo de video]. Recuperado de http://www.ted.com/talks/brene_brown_on_vulnerability.html

Bruder, M. (s.f.). De la escritura terapéutica al cuento terapéutico. Recuperado de http://www.psiconet.com/argentina/articulos/bruder.htm

Freedman, J. & Combs, G. 1996: ‘Shifting paradigms: From systems to stories.’ In Freedman, J. & Combs, G., Narrative therapy: The social construction of preferred realities, chapter 1. New York: Norton

Havel, V. & Hvížďala, K. (1990). Disturbing the peace: A conversation with Karel Hvížďala, New York, N.Y.: Knopf.

Penn, P., & Frankfurt, M. (1994). Creating a participant text: Writing, multiple Voices, narrative multiplicity. Family Process 33, 217-231.

Pennebaker, J. W. & Chung, C. K. (2011). Expressive writing and its links to mental and physical health. En H. S. Friedman (Ed.), Oxford handbook of health psychology (pp. 417-437). New York, NY: Oxford University Press.

Pennebaker, J.W. (1997). Opening Up: The Healing Power of Expressing Emotions. New York: Guilford Press.

Slatcher, R.B. & Pennebaker, J. W. (2006). How do I love thee? Let me count the words. The social effects of expressive writing. Psychological Science, 17 (8), 660-664.

Tarragona, M. (2003). Escribir para re-escribir historias y relaciones. Psicoterapia y Familia, 16 (1), 45-54.

Wittgenstein, L. (1953). Philosophical Investigations. Malden: Blackwell.


[1] La lectura hace al hombre completo, la conversación, ágil y el escribir, preciso.

[2] El Mental Research Institute (MRI), es un grupo que en los 70´s redirigió el rumbo de la psicología introduciendo ideas posmodernas y constructivistas. Usualmente se los conoce por la idea «lo que se vuelve el problema es el intento de solucionarlo”.

[3] Grupo Campos Elíseos se fundó en 1998,  su interés es convocar a gente de todo el mundo y compartir ideas de vanguardia en psicología y psicoterapia.

 

[5] Los datos de nuestros clientes o consultantes siempre son cambiados para proteger su identidad.

[6] En la investigación realizada, los enamorados dejaron de sentir una emoción arrebatadora y vieron más claramente al ser amado después de escribir sobre la relación.

 

[7] La cita de Havel aparece originalmente en “Disturbing the Peace: A conversation with Karel Hvížďala” (1990).

[8] La polifonía significa muchas voces. Según Anderson esto implica que  las diferencias en los procesos terapéuticos y la diversidad son bienvenidas, e incluso que las voces silenciosas están involucradas activamente en el proceso.

[9] Las autoras señalan que el primer borrador de una carta debe ser revisado y procesado de preferencia en las sesiones de terapia se sugiere que empiece en un tono positivo y  así, si existen reclamos estos puedan ser escuchados.

 Links a los demás artículos:

http://grupocamposeliseos.org/articulos-de-los-grupos-de-escritura/